hace unos 30 años, mi abuelo en noche de Halloween tenía siempre a mano un par de bolsas de dulces. en la colonia en la que vivía, una docena (o menos) de niños salían de la mano de mamá a recorrer la colonia que no tenía más de 30 casas y ese par de bolsas eran suficientes para ellos, todos menores de 10 años.
años después yo seguía la costumbre pero no era frecuente que los niños pasaran, y la bolsa de dulces se quedaba para luego.
acabo de regresar del supermercado donde la parafernalia abunda: sangre falsa, maquillaje, disfraces, pelucas, máscaras terrorificas, telarañas de algodón y enormes calabazas anaranjadas que no son los "ayotes" que comemos el primero de noviembre.
más que miedo por lo que significa o pudo significar, Halloween es otro espacio tomado por el mayor de los dioses actuales: El Consumismo.
la globalización ha avanzado rápidamente y con ello la posibilidad de incluirse en tradiciones que no tienen sentido real para nosotros, pero que son idolatradas en otros lugares y por lo tanto aceptadas casi sin reflexión, al fin que hay que ponenerse a "la moda".
la fiesta sería irrelevante si no trajera toda esa parafernalia "diabolica" y "sangrienta", que ha permitido que se le ubique en el extremo opuesto del espectro religioso.
aunque no me interesa su historia, ni me molesta su contenido "diabólico", el fenómeno se me hace interesante por lo que pongo al principio: la rapidez con la que nuevas fiestas penetran en el espectro guatemalteco y, aunque no desplazan a las locales, se convierten en opciones aceptadas cada vez por más personas.
ya no se trata de los expatriados intentando mantener su cultura, sino de los locales asumiendo como propias cada una de las prácticas publicitadas por la televisión y validadas por la globalización. en el intermedio, se gasta y se consume una gran cantidad de artículos inútiles (como hachas de plastico o calabazas de cartón) que, según las teorías económicas aumenta el gasto y trae prosperidad a un sector de la población.
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