miércoles, 15 de septiembre de 2010

aprender a obedecer...

Tengo fotos de mi adolescencia, mirada adusta, uniforme de gala y paso coordinado, eramos los "mejores" de la ciudad y del departamento.
Al resto de escuelas e institutos les "encelaban" nuestros uniformes con lazos dorados y charreteras, zapatos de tacón idénticos, medias del mismo color y disciplina, total disciplina militar.
El logro de estas "bellezas" se dio a través de todo tipo de humillaciones, kilómetros y más kilómetros diarios que podían ocupar hasta dos horas en donde no recibíamos clases, horas y horas de posición "firmes" en el patio para evitar el "bochorno" de ver niñas desmayadas en el campo de futbol.
Eramos tan buenos que nos invitaban a otras ciudades. Eran hasta 6 desfiles al año, donde demostrábamos que tan bien nos habían entrenado  y que tan buenos éramos obedeciendo.
¿Aprendí algo?, no lo creo, sólo acumulé ira  frustración, sólo entendí que la humillación era una buena forma de obligarnos a obedecer, que el ruido de los tambores era una buena forma de condicionamiento, que podía hacer que mi cuerpo se quedara quieto durante más de una hora  y que podía seguir marchando aún bajo la torrencial lluvia, porque eso era "lo correcto".
Nunca entendí lo que en realidad nos movía, como perritos agradecidos de mostrar nuestras gracias en público, lo bien amaestrados que estábamos, no puedo olvidar las lágrimas que recorrían mi rostro la vez que consideraron que mi peinado "no era adecuado" y me amarraron el pelo con un hule barato que dolía mientras seguía marchando azuzada por los gritos de "obedezcan, firmes, maaarchen".
¿aprendí algo? no, esas horas las pude haber invertido en lo que más envidiaba del instituto público: las presentaciones de teatro de aficionados que nunca pudimos hacer, en estudiar química y factorización que me hicieron fracasar en la universidad, en ensayar con mi grupo de marimba... todo eso lo hice fuera del colegio, colaborando con el montaje de las obras de mis amigas... nada de eso me hizo más "nacionalista".
Los únicos recuerdos buenos que tengo son de los almuerzos gratis que nos ofrecían en otras ciudades, pero eso también pasaba cuando tocábamos en la estudiantina, lo único es que la música NUNCA fue una humillación.

2 comentarios:

Angel Elías dijo...

Al paso de los años nos damos cuenta, los que nos damos cuenta, que son horas invertidas en la nada. Solo en el ego del director por saberse dueño de un peloton entrenado de miserias, sin reproches.
Cuando estudié eran horas marchando en la cacha de juego. decenas de vueltas como aquel burro que lo amarran para que no escape. Pero vi tambien que los estudiantes, compañeros míos eran felices, que los jefes de pelotón podían dejar de llevar la tarea, que los que tocaban bombos o redoblantes eran quienes tenían un encanto con las chicas.
Nosotros los que solo marchabamos eramos los estudiates rasos. jejeje..
para muchos despues del desfiles trataron de entrar a la escuela militar. Fracasaron.
Creo que no es lo mismo ser soldado y jugar a serlo. Yo preferí volverme lector

Patricia Cortez dijo...

En eso del Ego del director, los trofeos que se acumulaban en la dirección y que representaban nuestro esfuerzo nunca los recibimos nosotros