jueves, 17 de julio de 2008

tamagotchi

No he podido escribir, en realidad a veces tengo casi nada de tiempo para vivir, mucho menos para escribir.
En estas semanas he estado recordando algunos temas que me fueron muy queridos: la persistencia de la memoria, por ejemplo, el divino cuadro de Dalí que me recuerda que la memoria es caprichosa y que pasados los años eso que dolió, ya no lo hace y los nombres se funden y alteran.
Otro de mis temas queridos es la falta de oportunidades, me gustaría contarles de las chicas que fueron mis alumnas en el querido Cahabón, y que recuerdo porque sus futuros estaban ya vendidos cuando yo estuve allá, ahora deben estar cumpliendo con las fatídicas profecías, incapaces de dejar ese espacio y ubicarse en otro ¿mejor? No lo sé, pero tal vez más justo. Mientras le enseño a mi hijo como chupar los granos de cacao que sacamos de una “pocha” recuerdo a una de ellas y supongo que tendrá muchos hijitos e intentará dar clases en una escuela rural, tan lejos de la carrera de medicina que ansiaba estudiar.
Y el último, el que me recordó Lucía Escobar: la necesidad de que cada niño venga con todo el deseo de los padres, el acceso libre a métodos de planificación familiar porque, no vamos a negar que es rico coger, y tampoco vamos a negar que casi nadie coge pensando en que va a traer un niño al mundo, lo hace porque le gusta.

¿Porqué se relacionan los tres? Hace unos días me encontré, en dos momentos distintos, con unas niñas de 14 o 15 años cargando unos muñecos morenos. Parecían fastidiadas y cansadas mientras el resto se divertía ellas tenían que cargar aquellos muñecos robóticos a todos lados. Lloran, se hacen pis, hay que cambiarlos y tienen un chip que detecta si han sido cuidados “adecuadamente” o se les ha dejado llorar más de la cuenta.
Lo raro es que las niñas eran rubias, alumnas de colegios exclusivos que pueden pagar el servicio de los robotitos (que no es barato) y que, por supuesto, no tienen nada que ver con el color que escogieron los que pensaron que todos los chapines somos “iguales”.
Me gusta el asunto, pero no pienso que sea disuasivo. Las niñas “bien” se inician en las relaciones sexuales tempranamente, en mi experiencia dando clases conozco que ahora lo popular para mantener la “virginidad” es el sexo oral y anal. Igual se enferman o se contagian de sida, pero según ellas son “puras”.
Con las niñas del pueblo intentamos el juego del huevito, de donde se derivó el tamagotchi, un huevo verdadero de gallina que debe ser cuidado por las niñas durante 48 horas como si fuera un bebé, tampoco es disuasivo, pero de alguna manera las chicas comprenden que tener un niño no es un juego, intentar que el huevito no se quiebre y llevarlo a todas partes hace que lo piensen un poco más, hasta que llega el sacerdote y les dice que tomar la píldora o ponerse un condón es pecado y se dejan seducir por las promesas que les hace el noviecito de sacarlas de la miseria en que viven para “ponerles una casa” que luego no es lo que querían.
La vida es así, supongo, las niñas jugaran con muñecas hasta que les lleguen los hijos y dejarán sus sueños empacados en el cuadro de Dalí, poco a poco se diluirán como los relojes, inexplicablemente.
(Para esa jovencita que no llegó a ser doctora, y que me enseñó como se prepara el cacao antes de tostar. Supongo que será buena maestra y madre)

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