sábado, 17 de julio de 2010

Predicando...

Parece ser que, por algún atavismo, las personas necesitamos convencer a los demás de nuestra verdad y proclamarla por todo el mundo, ese es el origen de los cientos de evangelistas y misioneros que recorren el mundo hablando de su verdad. (aunque existe alguna religión que prohíbe explicitamente hacer adeptos)
Los que hemos huido de las religiones conservamos, sin embargo, el adiestramiento que se requiere para intentar convencer y lo utilizamos en lo que nos mueve el tapete, en mi caso, en la educación de personas acerca de cómo el género influye en la salud.
La última semana la pasé en Petén, y es interesante ver como se desmontan los conceptos y lo aprendido y se pueden encontrar nuevas rutas de entendimiento y comprensión del fenómeno salud-enfermedad, que no habían sido tomados en cuenta.
Normalmente asumimos que el sexo (la definición genética hombre-mujer) incide en la salud en tanto que, biológicamente, hay preponderancia de una u otra enfermedad que afecta más a un sexo que otro o, por cuestiones biológicas, es imposible que lo padezca el sexo opuesto (parto, aborto, cáncer de próstata).
Cuando hablamos de género, no hablamos de lo biológico sino de lo social, es allí donde una enfermedad predomina más en un género o en otro dependiendo de como se ha construido a ese hombre o mujer y cómo este responde a esa construcción social y por lo mismo, corre más riesgo de enfermar.
La propaganda (que no es tan buena) ha pretendido ligar la palabra "género" con "mujer" y todo lo que huela a género parece sospechosamente feminista, ese era precisamente mi papel en esta semana, hacer énfasis en que, tanto mujeres como hombres, no nacen: se construyen.
Ese tema lo he tocado antes aquí, con poca comprensión, pero tenemos que regresar a que el género es histórico: no es lo mismo ser mujer u hombre hoy, que lo que se consideraba la mujer ideal hace 50 o 100
años. El género es relacional por oposición: soy mujer porque no soy hombre y por eso no nos termina de gustar el personaje más andrógino (que no puede identificarse o clasificarse fácilmente) o los hombres y mujeres que, física o actitudinalmente no corresponden a lo que nos gusta llamar hombre o mujer, además implica una relación de poder entre unos y otras (uno guía y la otra sigue)
El género es contextual: no es lo mismo ser mujer en Guatemala, que serlo en Suiza, es institucional, se apoya en legislaciones (aún existe en la legislación guatemalteca situaciones donde las mujeres no pueden ejercer toda la ciudadanía, las mujeres reciben el voto mucho después que los hombres, etc)
y además, el género permite el análisis de las diferencias: vivimos diferente y nos enfermamos de forma diferente.
Me parece que, pese a la reticencia que el tema genera de entrada, nos fué bastante bien, aunque todavía hay camino que hacer.
Es interesante ver que, cuando no me fundamento en cómo el género afecta a las mujeres, sino que también hablo de las sobrecargas masculinas basadas en el género ( ocultar sentimientos y padecimientos, resolver las cosas a golpes, las adicciones son más toleradas e incluso incentivadas por los amigos y familia, la carga de asumir solos la responsabilidad económica de un grupo familiar, etc.) se hace más fácil el diálogo, la construcción de género afecta a todos, no solamente a las mujeres.
Y pues, como misionera, me siento satisfecha, porque esto viene a mejorar la atención tanto a mujeres como a hombres.

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